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Bit

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Title: Bit


1
Bitácora del Acantilado
Cuento con fondo histórico
Juan Manuel del Río
2
Me desperté sobresaltado. Abuelo,
Abuelo! Tenía mucha sed. De pronto, me vi
transportado a la reseca orilla del Mar Muerto.
Ahí debía estar la causa de mi sed. La sal. Las
orillas, las piedras, todo estaba invadido por la
sal. Una sal que junto con el agobiante calor
encerrado en aquella tremenda depresión, a 432
metros bajo el nivel del mar, no sólo daba sed,
sino que proporcionaba al mismo tiempo la
impresión de épica y blanca soledad. 
3
En Jerusalén había visto hoteles agradables para
estar y, de paso, quitar la sed. La coca-cola de
los americanos sabía bien con hielo. Con mucho
hielo porque, en definitiva, lo que sabía bien
era el hielo. Pero no podría subir a Jerusalén
por la habitual calzada de Jericó. Judíos y
palestinos andaban alborotados. Y para colmo,
los libros lo decían el 4º Concilio de Letrán
fue abiertamente antisemita.
4
La nobleza inglesa obligaba a Juan sin Tierra a
concederles la Carta de las Libertades. El
único que se oponía era Inocencio III.  Yo
veía la tierra como un bosque, un bosque grande
y encantado. Pero, y al mismo tiempo, un extraño
bosque donde no había árboles. Los árboles se
habían convertido en lanzas. Y de todos los
rincones salían reyes. La tierra se poblaba de
monarquías constitucionales.Quise pasar la
página del libro. En los anaqueles de la
biblioteca, los libros bailaban una frenética
danza de papel. Debían tener frío. En el
Acantilado corría una brisa fresca que
contrastaba con el páramo helado de la historia y
el calor insoportable del Mar de la Sal.Casi
sin darme cuenta, los libros giraron sobre sí
mismos hasta quedar mirando en una sola
dirección. 
5
También sobre Roma soplaba una desapacible brisa.
Los soldados de Bonifacio VIII echaban mano del
dimitido Celestino V. La puerta de la mazmorra
se cerró con un golpe seco. La tensión nerviosa
que la pesadilla me había producido, seguía
siendo causante de que mi sueño no fuera
reconfortable. El Abuelo me lo había
advertido.No estés tanto tiempo sobre los
libros. Se te pueden cruzar los cables como le
pasó a Don Quijote.Es que, la historia es
apasionante. Es como una novela.Como una,
dices? No. Di, más bien, es la mejor novela.La
pesadilla no se me pasaba.Capítulo 3... Yo iba
por el capítulo 3. No lo encuentro. Dónde está
el capítulo 3? Y el libro? Tampoco aparece.
6
Ni uno ni otro aparecían por ningún lado. Sólo
el indicador de páginas.Como por arte de
encanto, todo había desaparecido. No sin cierta
preocupación volví la vista. El Mar de la Sal, o
Mar Muerto, no estaba. El Acantilado tampoco
estaba. El Abuelo?, no estaba. Estaría yo? Me
dije a mí mismo que yo sí estaba, porque lo que
divisaba ahora era Francia, la Galia de tantas
guerras. En la frontera, los camiones españoles
formaban un atasco monumental. Los gendarmes
franceses no los dejaban pasar. Montañas de
naranjas y manzanas desparramadas sobre las
llanuras que, poco a poco, se iban inundando de
sidra y champán.En el interior de la emblemática
nación, Felipe IV, el Hermoso, pleiteaba por el
poder absoluto que los papas, encabezados por
Bonifacio VIII, ostentaban. 
7
Surgió una voz conocida El poder es siempre el
poder.Abuelo!, dónde estabas?Velando tu
sueño. Veo que duermes como un lirón.Así dijo
el Abuelo. Pero la realidad era muy otra. El
libro de Historia me daba constantes golpes en la
cabeza. Me tenía medio aturdido. Y al día
siguiente, para colmo, yo tenía un examen. La
historia era una gran novela. Qué sabio era mi
Abuelo. Me citó una frase de Borges La
historia universal es la historia de un puñado de
metáforas. Yo estaba envuelto en ellas. Mientras
tanto, en la otra frontera, Dante Alighieri, se
divertía contemplando el infierno desde la boca
de un volcán. El Etna estaba en plena erupción.
Entre el hervor de la fragua las llamas danzaban
frenética danza de fuego. Bonifacio VIII,
obviamente, había dejado vacante su sede. 
8
Hubo discrepancias. Los teólogos estaban
divididos y andaban a la greña.Eran los dos
consabidos bandos De un lado los "curiales",
del otro los "legistas".Con razón que el Abuelo
solía decirLa tentación de los políticos ha
sido, es, y será, establecer leyes. En el mundo
de la política y en el de la Iglesia.A qué se
debe?A que son la fuerza de los gobernantes.
Sin ellas no serían nada. Explícate,
Abuelo.Hijo, está claro. Las leyes se hacen por
dos motivos uno, para estar ocupados. Dos,
para que las cumplan los demás. Se echó a reír.
9
Con leyes o sin ellas, así andaba el mundo. De
un lado, América de otro, Europa,
la multinacional fabricante de crisis. El Abuelo
dijoLas leyes son una forma encubierta de
dictadura. Son el as escondido en la manga para
imponer la dictadura de partido.Caí en la
cuenta. Eso mismo decía la gran Novela de la
Historia. Justo, era el capítulo 3! Estaba
dentro de mi cabeza. Qué suerte, lo había
encontrado. Al día siguiente tenía examen.El
discurso sobre las leyes iba subiendo de tono, en
el mitin espontáneo, de corte dramático, que se
había formado sobre el hemiciclo del parlamento
improvisado en el Acantilado. Sus señorías se
habían alborotado.
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Alguien gritóViva la libertad...!Una brisa
tenue pasó, suavemente, la página del grueso
libro. A continuación, no una, muchas páginas de
historia comenzaron a pasar a velocidad de
ordenador. Fin del capítulo tres. Si me lo
preguntan en el examen, está chupao, me
dije. Pero me faltaba por repasar el resto del
libro, que era la causa de mi pesadilla. A última
hora, y a velocidad que casi no daba tiempo a que
mis ojos pudieran concentrarse, fui ojeando el
resto del libro.Allí estaban, bien resaltados
por el rotulador de un lado, Juan de París, y
Pierre Dubois de otro, Egidio Romano, Agustín de
Viterbo, Mateo de Aguasparta, y un largo etcétera.
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Abuelo, aquí cuándo amanece? En cuanto te
despiertes.El libro de la Gran Novela se había
quedado pequeño. En la próxima edición había que
meter, por fuerza, el 11 S. y el 11 M. y la
muerte de Bin Laden. Y la violencia
inmisericorde entre judíos y palestinos. Y el
avance de los chinos. Y tantas cosas más.
Desgraciadamente, aunque las grandes masacres
remueven los cimientos profundos de la conciencia
de la Humanidad, terminan por entrar en el olvido
o la indiferencia. Una desgracia tapa a otra.
Quién recordaba ya Las Torres Gemelas, Madrid,
Irak, etc.? Quién se acordaba de África, que
inmola a sus hijos en torpe guerra?Desde el
Acantilado se veía perfectamente su silueta. Un
barco velero ponía rumbo a las Azores. El resto
quiso ser silencio. Hasta que, de pronto, se hizo
la guerra.
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Una guerra que masacraba la conciencia sensible
de quienes aún eran capaces de guardar un resto
de sensibilidad y decencia. Los edificios iban
siendo destrozados, iluminados por los fuegos
artificiales del más horrendo bombardeo de la
historia. Las mil y una noches de Bagdad
estallaron en mil pedazos, bajo la apocalíptica
pirotecnia de la muerte.Los niños callaron
también para siempre su inocencia junto a las
bicicletas con las que nunca más podrían volver a
jugar ni correr. Abuelo, esto es
horroroso!Y lo peor es que una guerra hace
olvidar a la anterior.
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Terrible afirmación que el libro de la gran
novela daba por cierta. En el cielo se
entrecruzaban las estelas de los misiles que
lanzaban los aviones de la muerte. Al
despertad, lo primero que haría, sería
preguntar Abuelo! Dónde está el
cielo?En la Bitácora del Acantilado quedó
registrada la pregunta. Cada página de la Gran
Novela era Historia. Hijo, a las metáforas
llámalas realidad.Fue la repuesta. Cuando
desperté, lo primero que oí fue la voz del
Abuelo. Con su sonrisa cariñosa, y mientras me
acariciaba el rostro, dijoHijo, el Cielo está
en el Acantilado. Está en ti, está en mí.
14
También quedó registrada la respuesta. La brisa
del Acantilado volvió a zarandear suavemente mi
cabellera, como cuando era niño. Me detuve.
Habrá sido la brisa.
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F i n
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