Title: Doctor en Medicina
1El día que la universidad me confirió el
título de médico, yo creí que ya lo era.
2Había hecho mío el conocimiento de la anatomía y
la fisiología, el diagnóstico y tratamiento de
las enfermedades.
Y así, con mi ser de científico colmado de
saber con pretensión de omnipotente, me fui
por el mundo a ejercer la medicina.
3Todo iba bien al principio. Los medicamentos
que prescribía controlaban las afecciones de mis
pacientes, y mi bisturí extirpaba sus tejidos
dañados.
Pero muy pronto la corona de mi erudición médica
sufrió una lastimosa abolladura.
4Amanecía un domingo cuando me llamaron del
hospital para operar a un niño agredido por un
perro que le destrozó el rostro y el cuello.
Sangraba abundantemente y estaba agonizando. En
medio de transfusiones reconstruí con éxito las
estructuras desfiguradas, pero en los días
siguientes noté que a pesar del agradable
resultado de mi cirugía, el niño seguía abatido,
desmejorándose cada día, derrotando el optimismo
que la ciencia me permitía. Entonces me di
cuenta de que yo estaba enseñado para tratar
enfermedades, pero no a personas enfermas. Me lo
mostró ese niño que no sufría por sus heridas,
sino por la falta de su padre, prófugo del
hogar. De poco me servirían todas mis teorías
para aliviarlo. Necesitaba también confortarle en
su turbación emocional. Con ello percibí que la
verdadera medicina no consiste en combatir la
enfermedad como si fuera un objeto que entró en
un cuerpo, sino en atender en su integridad
humana a la persona que padece.Hora tras hora,
iba descubriendo que era más lo que ignoraba que
lo que creía saber, y que llegar a ser un
verdadero médico no se logra con la mera
obtención del título profesional, pues por
encima del conocimiento científico certificado,
está la comprensión y la entrega para con el
semejante que padece, a fin de atenuar sus
dolores físicos, atenderlo en lo íntimo de sus
temores, y confortarle en su interioridad que
sufre.
5En el ejercicio de mi profesión he presenciado el
nacimiento de una criatura escuálida en una pobre
choza, y el del bebé rozagante que ve la primera
luz rodeado de flores en una clínica para ricos.
He atestiguado la agonía atemorizada del
valentón que siente escapársele la vida por los
agujeros de una bala, y he estado ante los
últimos estertores del anciano que deja el mundo
con una plegaria de paz en sus labios. Y entre
esos extremos de vida y de muerte, he quedado
maravillado ante los prodigios que obran en la
evolución de las enfermedades la fe en Dios y la
voluntad de superar los padeceres, despedazando
triunfalmente las estadísticas médicas y los
pronósticos de las eminencias.
A través de los años en mi práctica profesional,
descubrí que tras los síntomas que manifiestan
los pacientes, clama el conflicto anímico que
los ha originado, conflicto que anda por los
consultorios buscando encontrar a un médico que
lo reconozca, lo entienda y lo conforte para
aliviarlo.
Pero...
Qué lejos están de estos asuntos íntimos de la
vida humana las páginas de los textos médicos y
los sofismas de los catedráticos!
6He visto frente a mí la expresión desesperada del
adinerado que no se explica cómo su dinero no
puede comprarle una hora más de vida, y me he
acongojado al ver el rostro afligido del pobre
que vende su sangre para dar de comer a su prole.
He estado ante el hombre de mundo, antes soberbio
y arrogante, ahora intimidado hasta lo risible
por una erupción de la piel, y me he arrodillado
para besar la frente de una madre que oculta los
dolores de su cáncer para no molestar a sus
hijos.
Con todo ello me quedó manifiesto lo distinto
que es cada paciente, y el grave error que se
comete al generalizar con ligereza en el
tratamiento de los enfermos. Como si todos los
pacientes fuesen iguales. Como si no tuviese cada
uno sus muy propios sentimientos y
circunstancias.
7 He hurgado entre mis dedos la milagrería de los
tejidos orgánicos en las entrañas de la vida, y
cada día se graba más en mi conciencia que mis
manos son sólo un modesto instrumento entre el
Creador y mis enfermos. Por ello, en ese
filtrado de conocimientos que nos da la
experiencia, me quedó la firme convicción de que
he de actuar ante quien padece, con humanismo y
espiritualidad, no de médico a paciente, sino de
ser a ser.
8Escribo estos pensares dedicándolos a la nueva
generación 2009 de profesionales. Coinciden
ustedes, flamantes colegas recién graduados,
en un mundo que les impone la alternativa de
ejercer para la tecnología y lo científico, o
servir al hombre enfermo. Poseen sensibilidad
de lo humano, virtud que les ofrece pasar de la
ciencia a la conciencia. Dejar de vivir en el
racionalismo científico, para convertirse en
emisarios de Dios.
Esto es lo que significa mi frase dirigida a las
expectativas más profundas del enfermo Estoy
en ti. Estoy en tu entraña. Porque vengo a ti
en el Nombre del Señor.
9Porque después de todo, nosotros los médicos sólo
somos sencillos intermediarios del Señor que nos
ha encomendado la misión predilecta de Cristo
curar a los enfermos. Para que, cumpliéndola,
lleguemos todos a merecer el noble título de
Doctor en Medicina.
Texto Dr. Jorge Fuentes Aguirre.